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Había una vez un sapo que se pasaba el día cazando mosquitos y saltamontes para poder alimentarse. Era muy bueno cazando y. siempre que iba a comer, salía empachado.
Un día, el sapo fue a realizar su labor cotidiana a orillas del río y allí encontró a una triste y desconsolada garza que, al parecer, pasaba una realidad contraria a él:
-¿Qué te pasa amiga garza?
-¡Ah, amigo sapo! - respondió-. Si supieras que en lo que va del día no he podido cazar ningún pez y ahora tengo mucha hambre...
Entonces el sapo se ofreció voluntariamente a apoyar al ave y se le ocurrió una idea: arrastras presas a la corriente y en cuanto apareciesen los peces, ellos actuarían de inmediato. La garza aceptó dicho plan, pero cuando lo realizaron no tuvo mucho éxito. En ese momento sólo cazaron un pez que no fue suficiente para su paladar.
Pese a esto, seguían insistiendo e insistiendo, y siempre obtenían el mínimo resultado. En un último intento, el sapo optó por zambullirse en lo más profundo del río, donde ahuyentaba a los peces hacia la orilla. De esta forma, la suerte fue su mejor aliado porque se amontonaron en dicho lugar un sin número de fauna fluvial.
Así la garza decidió entrar a nadar por el manso caudal en donde comió todos los peces que se le cruzaron y una vez que había llenado su buche, el ave avisó al sapo diciéndole:
-¡Hasta aquí, no más!
Y los dos salieron del agua y se dirigieron hacia una choza. Allí la garza tuvo palabras de agradecimiento hacia el sapo por su notable colaboración de la cual salió beneficiada, y le dijo:
-¿Cómo pagaré tu generosidad?
Y el anfibio recibió el aprecio con humildad respondiendo:
-Me siento más satisfecho dando que recibiendo.
Así el sapo demostró que cuando uno hace un favor, no debemos pedir nada a cambio. A la garza le cambió el rostro de tristeza por el de felicidad, y ambos personajes se despidieron dándose un fuerte abrazo.
FIN
Cuento enviado por Luis David Gamonal Suárez desde Perú.
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