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La Reina de las Nieves es un cuento de Hans Christian Andersen que habla sobre lo que ocurre en el corazón de las personas llenas de maldad y todo lo que se puede conseguir gracias a la bondad. Un cuento corto para leer a los niños.
Érase una vez un duende perverso que creó un espejo mágico incapaz de reflejar la bondad de las personas, devolviendo imágenes distorsionadas y terroríficas. El duende llevó el espejo al cielo para escandalizar a los ángeles, quienes se vieron reflejados como horrorosas criaturas diabólicas. Ante el terror de los ángeles, el espejo cayó a la tierra rompiéndose en millones de pequeños fragmentos de cristal.
Años después de este suceso, dos niños que eran muy amigos: Kay y Gerda, escuchaban a la abuela de la niña contarles la historia de la Reina de las nieves, ama y señora de las Abejas de Nieve, capaces de helar a cualquier incauto que cayera bajo el filo de sus aguijones.
- Junto con los copos de nieve, las abejas forman un gran enjambre, aunque ella por supuesto es la abeja blanca más grande. A veces revolotea por la ciudad, mira a través de las ventanas y éstas se llenan de hielo formando extrañas figuras.
Esa misma noche el pequeño Kay se quedó mirando a través de la ventana los copos de nieve que caían. De repente, uno muy grande cayó junto a la ventana y fue creciendo y creciendo hasta que… ¡se convirtió en la Reina de las nieves! Iba vestida de blanco, era muy bella y deslumbrante y aunque estaba viva estaba hecha de hielo. Kay se asustó tanto que se cayó de la silla en la que estaba subido y sin decir nada se fue a la cama a dormir.
Al día siguiente algo se metió en el ojo de Kay, era uno de los fragmentos del espejo del perverso duende y algo raro ocurrió en el pequeño porque desde mismo instante no volvió a ser el mismo. Kay empezó a volverse gruñón, se burlaba de todo el mundo y todas las cosas bonitas empezó a encontrarlas feas y horribles.
Un día de invierno estaba Kay jugando en la plaza con su trineo cuando llegó un trineo muy grande. La persona que lo conducía era la Reina de las Nieves.
- Hola, ¿Tienes frío?
- Un poco - contestó Kay, que desde hacía un rato sentía que su corazón estaba a punto de convertirse en hielo.
Entonces la reina besó a Kay en la frente y el pequeño dejó de sentir frío alguno. Le besó también en las mejillas y Kay se olvidó de Gerda y de la abuela y de todos los demás. Al ver Gerda que Kay no regresaba de la plaza comenzó a buscarlo. Gerda salió a buscarle y en ello estaba cuando cayó a un río. Creía que iba a ahogarse cuando apareció una viejecita con un largo bastón de madera que consiguió acercarla hasta la orilla.
- ¿Qué hacías sola en esa barca niñita? ¿No sabes lo peligroso que es meterse en la corriente? Anda ven conmigo a comer algo y me cuentas qué haces aquí.
Gerda tuvo algo de miedo, pues no conocía a la anciana, pero estaba cansada y tenía hambre así que la acompañó a su casa. La anciana le dio cerezas y mientras le peinó los cabellos con un peine mágico de oro con el que según le peinaba, Gerda iba olvidando a Kay. Gerda se quedó con la anciana haciéndole compañía durante el invierno, pero cuando en primavera salió al jardín y vio una rosa se acordó de nuevo de su compañero de juegos.
- ¡Tengo que ir a buscarlo!- dijo, y emprendió la búsqueda de nuevo
Gerda siguió su largo viaje lleno de aventuras y desventuras hasta que tras muchos incidentes llegó al palacio de la Reina de las Nieves, allí todo estaba hecho de nieve. Era muy frío y muy grande pero todo estaba vacío, allí no había alegría, ni bailes, ni juegos… De repente Gerda vio un lago helado y cuando se acercó a él por fin pudo ver a Kay.
. ¡Kay! ¡Kay! Soy yo, Gerda
Pero el pobre muchacho estaba congelado y no se movía. La niña lo abrazó y comenzó a llorar. Sus lágrimas cayeron sobre el pecho de Kay y llegaron hasta su corazón helado consiguiendo derretirlo. Le dio un beso en las mejillas y éstas enrojecieron. Lo besó en las manos y en los pies y Kay empezó moverse. La pequeña lloró de nuevo de alegría y sus lágrimas lograron que el cristalito que Kay tenía en el ojo desde hacía tiempo por fin saliera.
Y los dos estaban tan contentos los dos que no podían dejar de abrazarse, reír y llorar de alegría. Al llegar a su ciudad se dieron cuenta de que nada había cambiado. Salvo por un pequeño detalle, y es que se habían convertido en personas adultas. Las rosas del canalón habían florecido y junto a ellas estaban las dos sillitas en las que solían sentarse. De modo que allí decidieron sentarse los dos adultos, que en el fondo, seguían siendo niños en su corazón.
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