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Por lo general, la gripe no es una enfermedad grave. Los niños tienen fiebre, mocos, tos, dolor de garganta, dolor de cabeza, dolores musculares, vómitos y/o diarrea. Pasan una semana regular, pero al final se curan sin problemas. Sin embargo, en ocasiones, la gripe sí se puede complicar, sobre todo en los niños de menor edad, y en aquellos que presentan enfermedades crónicas de base, como por ejemplo asma o inmunodeficiencias.
En la gripe, la fiebre suele durar menos de una semana, mientras que otros síntomas como la tos o los mocos, pueden durar hasta dos semanas. Por tanto, es habitual que los padres consulten en una o más ocasiones a su pediatra o a los servicios de urgencias hospitalarios.
En realidad, estas visitas no suelen ser necesarias, y provocan colapsos en los sistemas de salud, aunque es comprensible que las familias se asusten y busquen soluciones (a pesar de que tratamiento como tal, no existe). Lo que debemos y podemos hacer es vigilar en casa una serie de signos y síntomas que nos deben alarmar y, en caso de aparecer, acudir al pediatra. Estos signos y síntomas son los siguientes:
1. Fiebre de más de 5-7 días de evolución
En estos casos es conveniente explorar al niño y valorar la realización de algunas pruebas para descartar sobreinfección por bacterias. La fiebre no es más que un mecanismo de defensa de nuestro organismo, no es ningún signo de gravedad. Hay que valorar siempre el estado general del niño.
Si con fiebre está contento, no hay motivo de alarma (aunque la fiebre sea elevada). Si con fiebre está tristón, apagado, arrugado en una manta, es lo esperable y normal (a los adultos también nos pasa). Si cuando está sin fiebre (o le está bajando) está contento, corriendo, jugando, citando el gran clásico de los padres: 'Doctor, no se lo va a creer. En casa estaba fatal pero aquí está tan contento, parece que no está malo', entonces tampoco hay motivo de preocupación. Solo en el caso de que esté decaído, incluso en los periodos sin fiebre, es cuando sería conveniente acudir al pediatra.
2. Dificultad respiratoria
Es importante indicar que la dificultad para respirar no es que el niño tenga congestión nasal y haga ruidos al respirar por la nariz. Esto es molesto y hace que los niños se encuentren incómodos, pero es normal, como en cualquier catarro.
Lo que debemos vigilar es que el niño no utilice musculatura accesoria para poder respirar: es decir, se le hunden o se le marcan las costillas o mueve mucho la tripa al respirar. Estos movimientos indican que su cuerpo necesita un sobreesfuerzo para poder mantener una buena ventilación, y esto puede sugerir algún tipo de complicación, que debe ser valorada por un pediatra.
En general, cuando un niño tiene dificultad para respirar, no genera dudas en los padres. Si hay dudas, es que el niño probablemente no tenga ningún problema.
3. Deshidratación
Los signos que evidencian una buena hidratación, y nos deben tranquilizar, son aquellos que indican que 'el cuerpo tiene suficiente líquido como para malgastarlo en zonas donde su presencia no es vital'. Es decir, un niño bien hidratado es aquel que tiene saliva en la boca, que babea, que llora con lágrima, que orina en cantidad normal y que tiene una piel elástica y turgente que al soltarla vuelve rápidamente a su sitio (no se queda arrugada tras un pellizco, como ocurre por ejemplo en los ancianos).
Por tanto, es conveniente acudir al pediatra en caso de que la boca de nuestro hijo esté seca (como si se hubiera tomado tres polvorones seguidos), que llora sin soltar una lágrima, cuya piel se empieza a quedar arrugada o que lleva más de 8-12 horas sin orinar.
Este tipo de guías solo pretenden informar y tranquilizar a los padres, así como buscar su implicación en la salud de sus hijos. Por supuesto, si tienen dudas, miedos o están preocupados, lo más conveniente es visitar al pediatra, que para eso están.
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