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Pocos juegos resisten tanto el paso del tiempo como el parchís, quizá por eso no necesita publicidad y tal vez por eso no es la estrella del mercado, aunque ninguna juguetería pueda prescindir de él, ¡por algo será! ¿Quieres conocer los beneficios y los valores que el juego del parchís aporta a los niños?
El juego, entre otras muchas cosas, es una actividad que produce placer y diversión; es una actividad innata en el niño. Cuando juega lo hace sin esperar nada a cambio, solo por el placer de jugar. El juego implica acción y participación.
A través del mismo, el niño se esfuerza e intenta superar las dificultades que el propio juego le propone, por lo que tiene un importante valor motivacional. No hay que olvidar que a través del juego los niños se expresan, se descubren a sí mismos y a sus iguales. Sin darse cuenta el niño manifiesta su personalidad jugando. Desde luego, permite la socialización, favorece la interacción entre iguales y la comunicación.
Para la correcta realización de las diferentes tareas y habilidades que los niños se encuentran diariamente, éstos necesitan una buena coordinación de diferentes tipos de funciones intelectuales que se pueden ejercitar y entrenar a través del juego.
La memoria es una de ellas, es decir, la capacidad que tenemos de mantener y manipular información en nuestra mente durante periodos de tiempo para poder utilizarla cuando la necesitemos; también el control inhibitorio o lo que es lo mismo, la capacidad de controlar nuestros impulsos y pensamientos, lo que nos permite resistir a tentaciones, distracciones y poder pausarnos y pensar antes de actuar.
No hay que olvidarse de la capacidad que hay que tener para hacer cambios, diseñar estrategias en función de las nuevas situaciones o múltiples perspectivas que se pueden dar, para lo que es necesario trabajar la flexibilización mental.
El juego es una actividad muy importante para el niño y a través de él se pueden trabajar estos aspectos de una forma lúdica y, lo que me parece más relevante, se siembran las bases para que el niño generalice estos aprendizajes y los traslade y use en diferentes contextos, ambientes o situaciones diarias.
Se me ocurren muchos juegos y juguetes que encarnan todos estos valores y principios que he citado, y entre ellos, el parchís. ¿Cómo puede un juego que cuenta con varios siglos de antigüedad encarnar todo lo que he comentado anteriormente? ¡Les invito a una partida!
Lo primero que se necesita, además de suerte, son compañeros para el juego (amigos, padres, hermanos, abuelos…) por lo que desde un principio estamos trabajando la socialización, estrechando relaciones personales, fomentando el compañerismo, el compartir y puede que llegado el caso, también la inclusión.
Sin darnos cuenta los niños, desde un principio, se están comunicando y expresando, llegando a acuerdos sobre la ficha elegida y mostrando roles que ya se establecen desde temprano como el del líder que organiza la partida o el que se conforma con la ficha del color que nadie quería.
Se requiere además un necesario manejo, aunque sea básico, de los números, circunstancia que se puede aprovechar, sobre todo, con los más pequeños que se están iniciando con los conceptos matemáticos para aprender a contar ordenadamente sin saltarse ningún número, y por supuesto, ninguna casilla. No está demás que en estos casos, cada vez que se cae en una casilla se juegue con el niño o se involucre a los demás, si es preciso, para reconocer e identificar el número que marca.
Cada vez que se lanza el dado se está desarrollando su pensamiento abstracto, ya que se ha de identificar los signos del dado (puntitos) con un número (dígito), circunstancia muy importante en niños de edades menos avanzadas.
Se puede jugar a hacer operaciones sumando o restando, mentalmente, el número de la casilla en la que te encuentras con el número que ha salido en el dado, sin necesidad de contar de uno en uno ni de casilla en casilla. A la vez se pueden trabajar los números pares o impares, las decenas, las unidades y todo un universo de posibilidades matemáticas en función de las capacidades de los jugadores o del nivel al que pretendemos llegar.
El parchís, que puede parecer un juego de azar, requiere de un cierto razonamiento y planificación, es decir, diseñar una estrategia de juego teniendo en cuenta a los contrincantes y sus movimientos –hacer una lectura de la partida—, de esta manera el niño ha de pensar si es más conveniente mover una ficha u otra según cómo se esté desarrollando la partida.
Una cuestión más compleja y, ligada con lo anterior, es la capacidad para rectificar el plan previamente establecido, bien porque las cosas no funcionan como uno quería, o porque se presenta una situación que puede ser ventajosa para uno mismo; de esta manera se pone en práctica la capacidad de ser flexibles y hacer cambios sobre la marcha, así como la de resolver problemas con los que no se contaba.
Se da por hecho que el parchís es un juego de concentración, por lo que se trabaja la capacidad del niño para abstraerse de estímulos externos que le desconcentren (trabaja la atención y su mantenimiento) y le impidan jugar con plenitud. Saber pararse a pensar es un recurso muy importante que se entrena con este juego y que el niño podrá utilizar en futuras ocasiones. Además hay que estar pendiente de los movimientos de los rivales, ante la posibilidad de que puedan comerte una ficha o seas tú quien lo haga.
Saber ganar y saber perder, gestionar las emociones, el estrés, las posibles rivalidades, la frustración y la regulación de la conducta son otros de los aspectos que se pueden trabajar y entrenar con este juego. La furia y la rabia que puede suponer el hecho de perder una ficha, o por el contrario, la euforia desmedida que se puede generar ante la situación inversa, permite al adulto, no solo observar algunos rasgos de la personalidad de los jugadores, sino que también, le da la posibilidad de actuar in situ controlando y rectificando la situación.
Otro aspecto fundamental que se puede practicar con este juego es el tiempo de espera. Podemos ayudar a trabajarlo con cualquier niño, pero especialmente con aquellos más impulsivos o nerviosos que tienen más dificultades para contenerse, y que manifiestan esta conducta en el juego pero que seguro se da en más contextos. Esto se puede hacer respetando los turnos establecidos y siguiendo las reglas del juego. De esta forma, además, se tienen en cuenta los derechos de todos los compañeros y se asumen unas obligaciones para que la partida sea posible; es importante la regulación externa del adulto con sus comentarios y recomendaciones, explicitando las estrategias para que aprendan a jugar.
Dicho esto puede afirmarse que, como otros muchos juegos educativos, el parchís crea vínculos, ofrece valores, principios y muchos aprendizajes. El juego es una actividad a la que el niño dedica mucho tiempo, por lo que todo lo que practique jugando lo podrá aplicar a otras situaciones y contextos. Aprenderá de las experiencias que le proporciona el juego. Es importante que descubra que no pasa nada por fallar, por reconocer sus errores y rectificarlos. Volver a comenzar una nueva partida es una buena oportunidad para ello.
Es por esto que termino diciendo que el juego, aún siendo divertido, es una actividad muy seria y, como adultos, debemos observar con atención a qué y cómo juegan nuestros niños. Así pues prepárense, es su turno, los dados están en el aire y es ahora cuando les toca mover ficha.
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