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El truco de hablar bajo para educar a los niños sin perder los nervios

El truco de hablar bajo para educar a los niños sin perder los nervios

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¿Alguna vez te has parado a pensar cómo soléis hablaros en casa? ¿Soléis utilizar los gritos o mantenéis un tono de voz bajo? El pedagogo Mario Pinel lo tiene claro: hablar en voz baja a los niños es un hábito clave que nos ayuda a educar a los niños desde la tranquilidad sin perder los nervios, huyendo en todo momento de la crispación. Pero, ¿cómo se puede lograr y cómo podemos aprender los padres a controlarnos?

'¡Te he dicho que no me chilles y que hables bien!', le dijo gritando una madre a su hijo. ¿Te suena? Muchas veces, sin darnos cuenta, caemos en aquello que estamos pidiendo a nuestros hijos que dejen de hacer. Para criar a los niños desde la tranquilidad, nosotros los padres debemos ser los primeros que trabajemos para tener un estado de paz interior.

¿Cómo se consigue esto? Instaurando en casa el hábito de hablar en voz baja. Ya se sabe que los hábitos y las rutinas tienen el objetivo de facilitar la convivencia familiar, para que esta sea más divertida y agradable. Y esta acostumbre de bajar el tono de voz a la hora de dirigirnos a nuestros hijos puede ayudarnos a crear un ambiente más relajado en el hogar.

Igual que ocurre con la vista, la atención auditiva también se adapta a los estímulos que le ofrezcamos. ¿Qué ocurre cuando nos apuntan con una luz fuerte directamente a los ojos? En primer lugar, se te cierran los ojos instintivamente, pero también las pupilas disminuyen su tamaño para protegerte.

En el caso del oído ocurre lo mismo. Cuando le hablamos en un nivel muy alto, llega un momento en el que deja de escucharnos. Mientras que si hablamos en un nivel suave, tiende a focalizar para escuchar mejor lo que le decimos y, por tanto, nos presta más atención.

Para conseguirlo, es tan sencillo como pedirles a los niños (usando, por supuesto, un tono de voz relajado y con poco volumen) que hablen en voz más baja. A continuación, solo tenemos que aplicarnos el cuento a nosotros mismos.

La teoría parece sencilla, ¿verdad? Solamente hay que hablar en un tono de voz más bajo a los niños y pedirles que ellos también lo hagan. Sin embargo, sabemos que en el día a día, esta técnica no resulta tan fácil de aplicar como parece. Nuestro estrés, las preocupaciones, los recados, las actividades extraescolares... En el día a día nos enfrentamos a muchos retos que pueden poner a prueba nuestra calma.

¿Qué podemos hacer para mantener la calma... en lugar de perder el autocontrol por los nervios? El truco que Mario Pinel es muy fácil de poner en marcha y muy útil. Es tan sencillo como dar un pequeño sorbo de agua. Y esta técnica nos puede servir para todo tipo de situaciones: cuando sentimos que estamos perdiendo el control, cuando nos ponemos nerviosos en el trabajo, cuando empezamos a sentir ansiedad por la situación que vivimos...

Se trata de una forma muy sencilla de decirle al cuerpo que no hay ningún peligro, que nada malo va a ocurrir, que no hay por qué tener miedo... y que por tanto se puede relajar y operar desde la tranquilidad.

No podemos olvidar que nosotros, los padres, somos los que debemos tener la habilidad para detener a nuestros hijos cuando estos se dejan llevar por la rabia o la impulsividad. Debemos mantener la calma para ser capaces de frenar sus embistes, pues ellos aún están aprendiendo a hacerlo (y están desarrollando su cerebro para ello).

Como hemos visto, hablar en un tono de voz bajo a nuestros hijos es uno de esos hábitos que tenemos que incorporar a nuestra forma de relacionarnos en casa. Sin embargo, también existen otra serie de rutinas que pueden ayudarnos a mejorar la convivencia familiar.

No podemos olvidar que la incorporación de los hábitos a nuestro día a día resulta esencial. Estos aportan seguridad a los niños, que saben qué pueden esperar en cada momento del día. Pero, además, nos ayudan a la organización del hogar y a construir el tipo de familia con los valores que buscamos.

Este pedagogo lo explica con una metáfora que ayuda a comprenderlo de una forma sencilla. Nosotros, los padres y los niños, somos un líquido que, cuando no está contenido en ningún envase, se desparrama y se pierde sin remedio. Sin embargo, cuando lo metemos en, por ejemplo, una botella (lo que podríamos comparar con un hábito), el líquido toma forma, se modela.

Pero si en lugar de en una botella, lo ponemos en un cuenco, su forma será diferente, el hábito será distinto. Es por ello que debemos prestar atención al tipo de hábitos que incorporamos a nuestras vidas y a las de nuestros hijos.

[Leer +: Cómo crear hábitos y rutinas a los niños]

Algunos de los hábitos que también ayudan a mejorar nuestra relación familiar son:

  • El hábito de colaboración: Todos tenemos que trabajar en equipo para mantener el hogar.
  • Hábitos de higiene y limpieza. Las rutinas que incorporemos a la familia también tienen como objetivo cuidar la salud de todos.
  • Los hábitos de orden... y de desorden. Los niños deben tener su espacio para desordenar (y jugar, y crear, y experimentar), pero también para ordenar para que el resto de la familia pueda llevar a cabo su día a día.
  • Cualquier otro hábito que nos haga sentir cómodos para la convivencia familiar.

Para lograr que estos hábitos queden realmente instaurados en casa, la clave está en consensuarlos entre todos, como si se trataran de unas reglas del juego que todos aceptamos. De esta forma, la convivencia familiar será más sencilla y seremos capaces de anticiparnos a los posibles problemas que puedan surgir antes de que tengan lugar.

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