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Alternativas respetuosas para no usar castigos y premios con los niños

Alternativas respetuosas para no usar castigos y premios con los niños

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A la hora de gestionar momentos complejos con nuestros hijos, en ocasiones podemos llegar a desesperarnos y a buscar agentes externos que apoyen nuestra labor, entrando en juego los premios y los castigos para los niños. ¿Qué alternativas respetuosas propone la Disciplina Positiva para no premiar y castigar a nuestros hijos y cuáles podemos incorporar nosotros como padres?

Empezaremos por los castigos, una técnica que de sobra es sabido que no es nada beneficiosa para el niño ni para la dinámica familiar. Los castigos no tienen cabida en Disciplina Positiva ni en corrientes relacionadas con una crianza consciente y respetuosa hacia el niño. Si tomamos el respeto como la base en torno a la cual relacionarnos con nuestros hijos, castigándoles les estamos faltando al respeto y nos lo estamos faltando a nosotros mismos.

El castigo genera relaciones verticales, en las que un adulto poderoso decide 'vengarse' de un niño y hacerle sentir mal con el objetivo de que, la próxima vez, haga las cosas bien. Incongruente, ¿verdad? La psicóloga y educadora Jane Nelsen decía '¿quién nos ha hecho creer que para que un niño se sienta bien, primero hemos de hacerle sentir mal?'.

Esto suele llevar a equívocos sobre Disciplina Positiva y sobre respeto hacia el niño, ya que es normal que alguien pueda elaborar mitos en los que afirme que en este tipo de disciplina y/o crianza 'el niño no tiene límites, hace lo que quiere sin que haya consecuencias'. Nada más lejos de la realidad, como explicaremos a continuación.

Primero de todo deberemos comprender el momento evolutivo del niño, sus capacidades reales y necesidades auténticas, antes de juzgar ese comportamiento como 'malo'. Por ejemplo, los niños entre 1 y 2 años tienen la necesidad de llenar y vaciar, de construir y destruir, por lo que resultaría una equivocación por nuestra parte castigarles por abrir un cajón y sacar todo lo que haya dentro.

Además, hay dos factores que en primera infancia siempre deben estar presentes: un adulto vigilante y un ambiente preparado.

- El adulto vigilante podrá ayudar al niño a relacionarse con su espacio si en algún momento se compromete su seguridad o la dignidad de los objetos

- Un ambiente preparado es FUNDAMENTAL para que el niño se desenvuelva con espontaneidad y seguridad, pudiendo manipular todo lo que esté a su alcance sin las restricciones constantes de un adulto.

Teniendo en cuenta estos factores, cualquier acción que lleve a cabo el niño podrá ser comprendida dentro de su momento evolutivo y su necesidad de descubrir el mundo, desterrando términos como 'mal comportamiento' de nuestro vocabulario.

En la medida que seamos capaces de comprender el motor que mueve al niño, podremos alinearnos más con él y entender que es un ser llegado al mundo con un ansia enorme por descubrir, sin intención ninguna de 'molestarnos' o 'estropear nuestros bienes materiales'. Poder alinearnos con él será el camino para establecer relaciones horizontales, en las que el castigo, el grito y la humillación no tendrán cabida; en su lugar hemos de mostrar compasión hacia ellos, no en el sentido de pena, sino compasión hacia su inocencia, su virtud innata, su curiosidad y sus ganas de conocer el mundo que les rodea.

Castigos como 'ir al rincón de pensar', arrebatar pertenencias valiosas para ellos o retirarles el amor, solo enseñará al niño que el camino de las relaciones versa sobre la dominación; que el adulto que le quiere tiene derecho a dominarle y a privarle de amor según acepte o no sus conductas. ¿Realmente queremos que este sea un aprendizaje para nuestros hijos?

Nada, nunca, jamás, ninguna cosa que haga un niño merece que se le retire nuestro amor. Los niños vienen al mundo con la necesidad auténtica de amor incondicional y cuanto más llamen nuestra atención con conductas que saben que nos alteran, más amor nos están reclamando. 'Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite'.

Entonces, ¿en qué momento tiene que intervenir el adulto a poner un límite? Cuando la dignidad o seguridad del niño, de otro o de la situación esté en peligro. Por ejemplo, si nuestro hijo agrede a otro niño, si se agrede a sí mismo o atenta contra la dignidad de los objetos. En ese caso intervendremos siempre con amabilidad y firmeza, informando de los límites o normas y dando un ejemplo adecuado de habilidades socioemocionales (sin alterarnos en exceso, gritar o humillar).

Esto trasladará al niño el mensaje de amor incondicional y, a su vez, le irá ayudando a construir límites internos y externos que favorecerán su autoconfianza y la seguridad con la que se desenvuelva en su vida. Si sé lo que puedo hacer, cuándo y cómo, estoy seguro y me desenvuelvo con naturalidad. Si dudo sobre si algo se puede o no, estaré inseguro, dependiente del adulto y su reacción y probablemente me sienta frustrado cuando él intervenga.

Como veis, no es necesario castigar, simplemente proveer de un ambiente adecuado, permanecer atentos a las conductas del niño e intervenir con amabilidad y firmeza SI ES NECESARIO.

Pero y los premios, ¿qué hay de malo en ellos? Aunque en ocasiones podamos pensar que premiar a un niño reforzará y afianzará sus conductas 'positivas', el reto es llegar a comprender que las conductas infantiles no son negativas ni positivas y que los niños necesitan llegar a realizar ellos mismos los juicios sobre sus acciones y lo que estas provocan en los demás y en ellos mismos, sin que haya una recompensa externa (normalmente material) que VALIDE su conquista.

Los niños necesitan poder elaborar sus propios juicios y encontrar la motivación interna. Si la motivación y la validación siempre es externa, no serán capaces de tomar decisiones en base a sus propios deseos y necesidades. El premio genera dependencia y puede causar confusión si se deja de obtener, quizá el niño asuma que ya no lo merece o que tendrá que intensificar cada vez más sus esfuerzos en busca de una validación que debería darse él mismo y no esperar del exterior.

Si un niño siempre ha sido premiado, ha aprendido a que el otro valida su conducta y su esfuerzo, verá mermada su responsabilidad y la capacidad de autorregularse, ya que siempre ha dependido de un componente externo que ha orientado su conducta.

En Disciplina Positiva hablamos de aliento. El psiquiatra y educador Rudolph Dreikurs decía que un niño necesita aliento como una planta necesita agua, la motivación es un proceso por el que se transmite a los niños el mensaje de que son amados y aceptados como son. A través del aliento, trasladaremos a nuestros hijos que los errores son oportunidades de aprendizaje y crecimiento, y no algo de lo que avergonzarse. Los niños que se sienten alentados tienen buena autoestima y se desarrolla su sentimiento de pertenencia.

Son pequeñas diferencias a la forma de dirigirnos a ellos, las que fomentarán el aliento y así ayudaremos a que el niño confíe en su sabiduría interior y acepte sus propios procesos.

En vez de decir 'Estoy orgullosa de ti', podemos decir 'Debes sentirte muy orgulloso por lo que hiciste', enfatizando su proceso interno, su autoconcepto y sus capacidades; y no centrándonos en el resultado visible.

'Te quiero pase lo que pase'.

'Te mereces esa gran nota'.

'Vi que te esforzaste mucho'.

Piensa solo un segundo: ¿qué te gustaría escuchar cuando te sientes desalentado, desanimado o decaído? Prueba a emplear estas frases con tu hijo, regálale ALIENTO ahora que le acompañará de por vida.

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