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El proceso del lenguaje y la comunicación es más complejo de lo que muchos imaginan, ya que incluso está considerado como una función mental superior. Inicialmente se creía que existían solo algunas áreas del cerebro que se encargaban de recibir, decodificar y emitir la información, pero hoy en día sabemos que se usa prácticamente todo el cerebro para lograr comunicarnos efectivamente, porque usamos desde la estructura más primitiva hasta la más especializada neurona que caracteriza a la raza humana. El punto es que no todo depende solamente del cerebro. ¿Y si te dijera que algunos de los orígenes de problemas del lenguaje en los niños están el intestino?
Cuando tenemos problemas para expresarnos y comunicarnos de manera óptima puede estar condicionado a una inadecuada conexión de las redes neuronales; esto puede pasar sin haber padecido ninguna lesión cerebral aparente y esto es lo que vemos comúnmente en nuestra población infantil.
Para aclarar el término de redes neuronales, hay que hacer referencia a la conexión entre las células del cerebro que se conocen como neuronas, donde las mismas se enlazan a manera de 'redes' para dictaminar funciones. Si las redes neuronales están 'mal conectadas', se pueden originar desequilibrios en la funciones cerebrales normales y esto se traduce en que la misma no se ejecute, se haga parcialmente o en exceso.
Para entender mejor este punto citemos algunos ejemplos que se pueden dan y que es habitual ver en consulta: ausencia o escaso lenguaje expresivo oral, alteración en la formación de oraciones, déficit atencional, relatos poco congruentes, fallos de articulación o vocalizacón, poca comprensión de chistes, sarcasmos, hablar mucho, no respetar turnos en la conversación...
Si bien nuestro cerebro tiene un rol súper importante para ejercer estas acciones, el mismo está conectado a otros sistemas del cuerpo (macro y microscópicos) para su adecuado funcionamiento; es aquí donde el sistema gastrointestinal comienza a tener su protagonismo dentro del proceso.
Para que todos los sistemas funcionen adecuadamente, debemos darle a cada uno de sus componentes los nutrientes que necesita y eliminar las toxinas que los perjudica para lograr un balance, ya que todo lo que comemos tiene su parte buena y su parte mala.
El principal sistema responsable de que esta tarea se desempeñe con éxito es el gastrointestinal, por lo tanto, si no está regulado y equilibrado, se nos dificulta la entrada de nutrientes a nuestro cerebro, alterando sus funciones. Si a esto sumamos que tampoco se da la adecuada eliminación de toxinas, el caos se incrementa, originando desequilibrios en los procesos del sistema nervioso como los descritos anteriormente.
Dependiendo de la susceptibilidad de la persona, existen alimentos que pueden desencadenar inflamación intestinal, ya sea porque es intolerante, sensible o alérgico. Esta inflamación (en mayor o menor proporción) es lo que comienza a perjudicar los procesos enzimáticos (responsables de digerir, dígase, picar en pedacitos pequeños lo que ingerimos).
Si los alimentos no se disgregan adecuadamente, quedan nutrientes y toxinas juntas, dándose un proceso de malabsorción. Aunado a esto, cuando el intestino se inflama, las células que lo conforman comienzan a romperse, creando una separación y provocando que éste se haga permeable y es lo que se conoce entonces como intestino permeable.
La desventaja de esta permeabilización es que se filtran al componente sanguíneo esas toxinas (solas o acompañadas de nutrientes), siendo entonces capaces de viajar por todo nuestro cuerpo y dañar muchas cosas, entre ellas, las redes neuronales.
Esto, como generalmente se da a nivel microscópico en el cerebro, no hay un estudio específico hasta ahora que lo mida, solo observamos estos daños en lenguaje-comunicación, déficit atencional, las conductas, interacción social y/o alteraciones sensoriales, entre otros.
Además del riesgo a que se filtren toxinas al cerebro y las mismas no se eliminen eficazmente, existe la posibilidad de que este proceso inflamatorio conlleve a una modificación en la flora intestinal normal. Fíjense, todos tenemos una flora intestinal conformada por bacterias, parásitos y hongos que, aunque no lo crean, nos benefician siempre y cuando se mantengan en sus respectivos límites.
Cuando el intestino se inflama esta flora intestinal normal, también conocida como microbiota, suele desequilibrarse, originando el sobre crecimiento de todos o algunos de sus componentes. Según explica se explica en el informe 'Importancia de la microbiota gastrointestinal en pediatría', realizado por el Instituto Nacional de Pediatría de México, 'se ha relacionado a la microbiota intestinal con efectos benéficos en el huésped, tales como la promoción de la maduración y la integridad del epitelio intestinal, protección contra patógenos y la modulación inmunológica. Además, parece jugar un papel importante en el mantenimiento del equilibrio inmunológico intestinal y la prevención de la inflamación'.
Generalmente cuando crecen los parásitos y las bacterias, vemos manifestaciones como la diarrea, dolor y distensión abdominal, etc., pero cuando crece el hongo, esto puede o no dar síntomas clínicos, a veces solo produce estreñimiento.
El hongo más conocido es la cándida, que también está presente en otras partes de nuestro cuerpo. El problema de la candidiasis intestinal es que además de ser mayoritariamente ''silenciosa', es capaz de generar su propio alimento para reproducirse y este 'alimento' es altamente tóxico para nosotros. No 'contenta' con ello, la cándida promueve la inflamación y la permeabilización del intestino, desencadenado lo ya descrito anteriormente.
Esto demuestra la importancia de estudiar el intestino dentro del protocolo en todas las personas con problemas de en el lenguaje y la comunicación, independientemente de que los signos sean sutiles o complejos. Un correcto y completo abordaje puede ser la diferencia entre aminorados o incluso desaparecerlos si corregimos el daño.
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